martes, 11 de mayo de 2010

Iniciación

Entonces no podía sospechar que la destrucción no iba a limitarse a lo literario; estaba demasiado absorto en la gloria venidera, en la clave, al fin descubierta, que le permitiría superar el cotidiano laberinto de sus divagaciones para desembocar en la prosa desbrozada, incorrupta, pura. Su anhelo de decadencia ilimitada se satisfizo a eso de las ocho y media, cuando Claudia se sentó a la mesa del bar en el que la esperaba cada tarde. Segundos antes, percibió en su mirada un presagio vago de fatalidad, de causa indeterminable. Las primeras gotas de sudor hacía rato que se deslizaban por las sienes de Marcos, pues sospechaba que no iba a ser capaz de reproducir las palabras que tanto había ensayado. El espejo era un público fácil, pero ante el rostro de la mujer que amaba casi dolorosamente desde que entrevió su sonrisa en la cafetería de la Facultad hacía tres años —desde mucho antes, le gustaba decir a él, con tono solemne—, las dificultades se multiplicaban. Un solo vodka no bastaría, pero ya era tarde. Antes de que el miedo de ella se hiciera ostensible, se armó de valor y comenzó su declaración.

Alguna lágrima, desprendida a regañadientes por entre la incredulidad, un par de súplicas y un chirrido punzante, cuando ella se levantó de la silla con una firmeza que no tenía. Transcurrieron algunos minutos, no sabe cuántos, hasta que logró recomponer cada instante de aquel encuentro. Quizá media hora más tarde los colores volvieron a aparecérsele, difusos, como si no se ajustaran al espacio conocido del bar; las voces del resto de los clientes, la moneda que cae de la barra, el impacto del hielo en el vaso, el rumor rutinario del local, todo aquello se manifestó de nuevo con violencia, de vuelta de un naufragio inexplicable. Reconoció entonces la voz de Mark Knopfler en Sultans of Swing y se dio cuenta de que era una canción demasiado escuchada como para transmitirle gravedad al momento. No importa, ya cambiaría ese y otros detalles en su relato. Su representación iba a ser perfecta, después de tantos ensayos fallidos. Ahora que el amor de su vida se había desintegrado sin remisión, ahora que conocía el fragor íntimo que asediaba a los grandes escritores, según sospechaba, podría él también convertirse en uno. Una insondable tiniebla se arrellanó en su pecho, silenciosa y mortal. Los que habían sido hasta entonces los mejores capítulos de su biografía ardían en infinidad de diminutas hogueras tras las que se instalaba, curiosamente, una gelidez densa.

Cuando comenzó a escribir las primeras líneas la noche era ya ineludible, y algunos clientes no ocultaban su extrañeza ante aquel joven que manejaba el bolígrafo con maquinal destreza y los ojos serenamente anegados en lágrimas.

2 comentarios:

Diego dijo...

Bueno bueno, ¿es esto una primera incursión (pública) en el terreno nuevo del relato corto? Me ha gustado mucho, espero que lo próximo no se haga esperar tanto...

Anónimo dijo...

Me gusta Nicolas. Me hace gracia que hayas escogido el nombre de Claudia porque a mi siempre se me viene a la cabeza para nombrar a mis protas. Después de un mes de sequía en mi blog he vuelto a las andadas...