miércoles, 26 de noviembre de 2008

Piezas sueltas

7/6/2008
En tus retratos de última hora, en los que me distraigo de mí con el placer del abandono, creo haber descubierto un fenómeno distinto, dentro y fuera de la naturaleza. Por vez primera, ya estoy seguro, ha ocurrido el préstamo insólito de ser tu rostro el que ilumine al sol, para evitar así, sólo entre los dos, dejar la tarde a oscuras.


10/3/2007
El día de tu boda podría ser, quizá, mejor recordado por los asistentes si en efecto sonara la canción de esta tarde. Emocionaría sin duda a unos y a otros, a buen seguro contribuiría a reforzar la mágica solemnidad de la ocasión, constituiría un original y hermoso ornamento. Pero tales sensaciones habrían de ser experimentadas por los invitados, por tus familiares, por ti... Mas no por el novio. Porque existe un umbral más allá del cual la sensibilidad humana no acepta nuevos estímulos; hay un estadio desconocido en el que al caudal del alma no le es dado ensancharse y recoger todo cuanto hacia ella se dirige. Y en el instante en que el futuro esposo te viera aparecer en la iglesia, enjalbegada y radiante, en ese preciso segundo, la música dejaría de mecer sus oídos, como si en realidad hubiera cesado, y así los bancos se le antojarían desiertos y la estancia huera de todo fausto, pues del mismo modo que no puede hablarse en varios idiomas simultáneos, no es el hombre capaz de percibir tu rostro en el clímax de su resplandor y atender a un tiempo a razón distinta.

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