domingo, 13 de julio de 2008

Extravío breve

Tu opacidad no tuvo nunca que ver con los destellos de oscuridad que te circundan, aleteando en la noche, iluminando en negro tus devaneos remunerados. Siempre te me presentaste con una vulnerabilidad velada, desenfocada de ti misma, adumbrada en exceso. Pero ese misterio huidizo, este hondón de noche que te aureola en lo callado, no tuvo nunca la virtud de la fascinación. Sólo temor entre sonrisas que venían siempre a cuento de no sé qué.

Vas y vienes, y hay un torpor del aire que, una vez más, me impide descifrarte. Vas y vienes, al compás de la noche, alternada entre impulsos de un latido impersonal y arcano, y entre los dos construimos un rimero de palabras inútiles, vacías incluso de su propia banalidad. (Eso hemos hecho siempre: amontonar oquedades cariñosamente).

Me pregunto si los otros, en quienes te diseminas en vértigos de alcoholes diversos, adivinan en ti ese rocío ignoto, esa extrañeza que te perla con gotas mínimas de confundidora penumbra; le pregunto a la luz adormecida si fue ella quien te esculpió orgullosa en la noche, con jirones calculados de ternura.

Llego a casa enrarecido, rídiculo, ensalitrado, como de vuelta de un naufragio imaginario. Me contentaría con odiarme por haberte visto, pero, en lugar de eso, me compadezco por saber que volvería a hacerlo.

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