domingo, 20 de julio de 2008

La timidez, sospechosa

En su maravilloso Libro del desasosiego, Fernando Pessoa habla muy brevemente de la timidez, y, para mi sorpresa, la relaciona estrechamente con... ¡el orgullo! (Sé que este blog no ha llegado a la pubertad y ya contiene dos referencias al genio lisboeta, quizá pecando de monotonía, pero se le mencionará las veces que considere necesario, porque él lo valía).

Pues bien, por lo visto, la timidez vendría a surgir de la incomodidad que nos produce mostrarnos ante los otros, temiendo que piensen que somos peores de lo que en realidad somos. Es un pudor, virulencias aparte, nacido del orgullo, protector de la autoestima, no sé. (Huelga decir que los tímidos, para mí, no son aquellos que así se declaran «aunque no lo parezca». Porque ser tímido es, ante todo, un parecerlo, y acaso esté ahí la clave: lo que hay, primeramente, en el retraído es una apariencia de distanciamiento forzado o forzoso, que no tiene por qué corresponderse con el sentimiento de esa lejanía. Se es tímido, fundamentalmente y con mayor violencia, al principio, cuando sólo la apariencia ha entrado en escena).

De modo que, cuando rehúyo entrar en según qué bares estridentes, en compañía de personas que desconozco, tengo que pararme a reflexionar si soy yo el inadaptado o son los otros, presas de mi orgullosa reserva. Todo esto estaría muy bien si uno llevara con mayor elegancia los hábitos de la soledad, y pudiera entrar, como en un filme, sentarse a la barra con un ejemplar de El ser y la nada bajo el brazo, y pedir un whisky doble, con hielo, como si tal cosa. Podría uno, tirando del hilo cinematográfico, congregar las miradas de jóvenes estudiantes de ingeniería, que sintieran un vivo impulso por adentrarse en la letra sartriana —valga el ejemplo— de la mano de un conocedor independiente y nocherniego. (Menos mal que Fernando Savater nos advirtió recientemente de que los filósofos tienen un siniestro récord de castidad, parece que no deseada en absoluto).

Pues no termino de aclararme con la prosa sublime de Pessoa, tal vez porque, en realidad, me gusta mucho lo que dice por cómo lo dice. Supongo que, al final, todo es cuestión de estilo.

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